El escenario cambiante a nivel de salud pública que estamos viviendo impacta directamente en la organización del sistema sanitario y del sistema educativo, que en algunos aspectos son interdependientes.
Según las resoluciones de las instituciones educativas, la vuelta al colegio en este momento tiene que ser presencial para todos los niños de Educación Primaria y Educación Especial. Las instrucciones, tanto del Ministerio como de las Consejerías, están enfocadas en esa línea aludiendo a lo imprescindible de la figura del docente en la educación de los niños, cuestión casi incontestable para la generalidad de los niños y la mayoría de los momentos.
Pero en un escenario tan complejo y cambiante como el que vivimos se debe tener en cuenta otras consideraciones de salud a la hora de tomar la decisión de que un niño acuda o no de forma presencial al colegio. Según la doctora Mara Parellada, Coordinadora de Atención Médica Integral a Trastornos del Espectro Autista del Hospital Gregorio Marañón y miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP) y la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB), así como de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y del Adolescente (AEPNyA), hay, al menos, cuatro aspectos a considerar.
El primero de ellos es la capacidad de los niños de cumplir con las recomendaciones sanitarias de reducción de contagio. Un gran número de niños con discapacidad intelectual o con patologías neurológicas o de salud mental pueden tener problemas a la hora de una adecuada comprensión de las indicaciones o de su razonabilidad, lo que dificulta el uso adecuado de la mascarilla o que minimicen el contacto físico con otros niños.
La vulnerabilidad de salud específica de algunos niños, especialmente en el caso de niños con afectación de cualquier tipo en el sistema nervioso central. Cada vez se acumula más evidencia del posible impacto neurológico de la infección por SARS-CoV-2. La alteración previa en el neurodesarrollo y la limitada capacidad de reparación ante nuevas noxas (como una infección viral de afectación neurológica) tiene probablemente un impacto de mayores consecuencias en estos niños.
La situación socioeconómica y laboral de la familia. La convivencia con abuelos o los riesgos en relación con la continuidad de los trabajos de los padres en escenarios cambiantes de necesidad de cuidado de hijos son aspectos importantes. El primero de los escenarios (convivencia con personas mayores) puede aumentar el riesgo de salud familiar derivado de un potencial contagio. El segundo, además del impacto económico, supone un factor estresante de alto nivel (la posible pérdida de ingresos) que impacta en la salud mental de la familia y de sus componentes.
Cualquier situación de desventaja social o experiencias vitales previas que incrementen la ansiedad o miedo de la familia en relación con la enfermedad pueden inclinar la balanza hacia el perjuicio (frente al beneficio) de la presencialidad, en menores concretos.
Adecuación de los centros escolares a las normas sanitarias. El cumplimiento estricto de medidas sanitarias en algunos colegios, especialmente en centros de educación especial o con niños sin capacidad de cumplir con las acciones individuales que debemos tomar todas las personas en este contexto de pandemia, hace que en estos entornos las medidas sanitarias (presencia de enfermería, mayor número de profesionales para tener suficiente capacidad para monitorización de síntomas, de infectados, aislamientos, test apropiados en cada momento, etc.) deban estar totalmente garantizadas.
“El desarrollo de los niños se ve afectado por múltiples factores individuales (de fortaleza y de vulnerabilidad), familiares y del entorno (incluyendo la escuela)”, asegura la doctora Parellada.
La relación con iguales, habitual en entornos estructurados y no estructurados (aula, patio), es un factor importante en el desarrollo socioemocional de los niños, pero no el más importante en todos los casos en situaciones cambiantes e impredecibles como las actuales, cuando se necesitan respuestas individualizadas según el balance beneficio-riesgo de cara al desarrollo, salud y educación de cada niño.
“En esta situación, más que nunca, es necesario buscar las mejores soluciones, replicando aquellas de comunidades autónomas y de otros países donde se están teniendo en cuenta múltiples factores y la opinión de distintos expertos en distintas disciplinas. Solo así, con el interés de los distintos menores en el foco de las decisiones y normativas se podrán alcanzar directrices adecuadas”, concluye.