La patología mental sigue siendo un estigma en nuestra sociedad, ¿no?
Infelizmente, esta sigue siendo una realidad actual en nuestra sociedad. Sociedad que ha avanzado en muchos aspectos pero no así en otros.
Las personas que padecen una enfermedad mental sufren una discriminación negativa (actitud social de rechazo), además del autoestigma que puede sentir cada uno de ellos. Aparte de las discapacidades y dificultades de integración derivadas directamente de la enfermedad, viven las consecuencias del desconocimiento social, de una imagen social negativa que levanta muros y barreras, lo que aumenta su riesgo de marginación y aislamiento.
Queda mucho recorrido en el camino de la lucha contra el estigma. Incluso la Psiquiatría y los propios Médicos Psiquiatras acabamos sufriendo una discriminación por parte de otras especialidades médicas. Creo que como profesionales debemos dar el paso, salir a la calle, implicarnos más en la educación de la sociedad y en actividades orientadas a disminuir y/o eliminar las consecuencias negativas del estigma.
¿Cuáles son las enfermedades mentales más comunes en España?
Se estima que entre el 20 y el 25 % de la población española padecerá algún tipo de trastorno psiquiátrico a lo largo de su vida. Sin lugar a dudas, las más comunes y frecuentes serían los trastornos depresivos, trastornos de ansiedad, seguidos del trastorno bipolar y de la esquizofrenia. También frecuentes son los problemas relacionados con el consumo de tóxicos (como alcohol, marihuana, cocaína…)
¿Se podría considerar el estrés como una enfermedad psiquiátrica?
Considerar el estrés como una enfermedad psiquiátrica es muy arriesgado y caemos en la generalización. El estrés es una reacción fisiológica y psicológica normal, que se puede presentar en situaciones positivas y negativas de nuestra vida. El estrés en sí no es anormal ni malo. Acontecimientos positivos también pueden inducir estrés, pero sí existe una conexión entre estrés y enfermedades mentales como depresión, ansiedad, psicosis y trastorno de estrés postraumático.
El impacto que un acontecimiento vital puede tener sobre un sujeto depende de varios factores. Por un lado, tenemos la personalidad del individuo que a grandes rasgos determinará la forma de reaccionar ante situaciones consideradas como adversas. Por otro lado, los recursos sociales que tenga el sujeto también modularán la influencia de los acontecimientos negativos. También existe una relación con el soporte y apoyo social.
¿Qué papel tienen las adicciones a la tecnología en el incremento de este tipo de enfermedades?
Cabe pensar que, al igual que en situaciones como la actual que estamos viviendo, etapas de crisis social y económica, el aumento en el uso de las nuevas tecnologías puede repercutir de alguna forma en el incremento de las enfermedades mentales.
Cada vez son más las alertas sobre el riesgo de desarrollar conductas patológicas y adictivas derivadas del uso y abuso de las tecnologías de la información. Ejemplos de términos que están apareciendo en relación con problemas derivados de un uso problemático de las tecnologías son ciberadicción (dependencia a juegos online), nomofobia (miedo irracional a permanecer un periodo de tiempo sin el intervalo de tiempo o a quedarse sin batería), cibercondria (autodiagnóstico sobre nuestra salud basada resultados de búsqueda y literatura en internet, sin consultar con un especialista, lo que provoca situaciones de desinformación), tecnofobia (aversión e ideas distorsionadas ante el uso de herramientas de tecnología digital o dispositivos complejos); o tecnoestrés.
Un estudio británico sobre el impacto de las 5 redes sociales más utilizadas concluye que todas empeoraban la salud mental de los jóvenes estudiados en cuatro aspectos: calidad de sueño, imagen corporal, ciberacoso y sentimiento de estar perdiéndose algo.
Uno de los grandes problemas que se van observando es la falta de foco, pérdida de capacidad de atención, problemas de sueño, las consecuencias derivadas de una hiperconectividad. Es fundamental entender que no todo gira alrededor de la tecnología, y saber cuándo y cómo apartarse de ella.
Los beneficios que nos aportan las tecnologías en nuestra vida diaria son innegables y están ampliamente reconocidos, contribuye a facilitar y ahorrar esfuerzo y, sobre todo, tiempo en nuestra vida cotidiana. Siempre recomiendo su uso controlado, consciente, conociendo los riesgos potenciales de nuestro comportamiento en internet y saber cómo reaccionar ante ello. Todo depende de la forma como nos relacionemos con la tecnología.
Muchas veces, los tratamientos se basan en fármacos. ¿Pueden estos fármacos realmente cambiar la forma de ser de una persona?
Este es un mito bastante extendido respecto a los posibles efectos de los medicamentos empleados en el tratamiento de los problemas psiquiátricos. Si hablamos de los antidepresivos, estos ayudan a mejorar y estabilizar el estado anímico, a controlar la ansiedad y recuperar la energía y vitalidad. O sea que su objetivo principal pasa por aminorar y hacer desaparecer las molestias que puedan sentir la persona, traduciéndose, posiblemente, en cambios en la forma de ver la vida y responder ante ciertas circunstancias, disminución de irritabilidad e impulsividad. Como cualquier medicación, los fármacos que utilizamos tienen efectos secundarios.
La medicación no cambiaría tu forma de ser, sino que ayuda a tu cerebro a producir las sustancias necesarias para sentirte estable y funcional, y que puedas volver a sentir control sobre tu vida.
¿Por qué se producen recaídas en este tipo de enfermedades?
Para esta pregunta no hay una respuesta general, ya que cada situación deberá ser analizada de forma individualizada. Si hay algunos factores que son considerados de riesgo, y pueden contribuir tanto a una recaída como a desencadenar una enfermedad mental. Los más importantes son el abandono brusco de la medicación y mala adherencia al tratamiento (principal riesgo de recaída y potencial agravamiento de la enfermedad), consumo de tóxicos y acontecimientos vitales estresantes y su impacto (por ejemplo, fallecimiento de la pareja, divorcio, enfermedad personal grave, despido, embarazo, jubilación, problemas con los hijos, cambio de residencia…).
En ese sentido, familia, amigos, redes sociales de apoyo… ¿Qué importancia tienen en la mejora de las personas que padecen una enfermedad mental?
Sin lugar a dudas, el papel de la familia puede suponer una diferencia fundamental en la mejoría del paciente. Su implicación en el proceso de tratamiento y acompañamiento tiene mucha transcendencia y es un elemento clave. Un entorno familiar adecuado es importante en la recuperación de una enfermedad mental. Su experiencia y vivencias por la proximidad con la persona puede aportar mucha información y datos, así como dar soporte al tratamiento (el abandono del tratamiento y la no adherencia a las indicaciones y recomendaciones son de los principales factores de riesgo que contribuyen a una recaída).
Varios estudios han demostrado que el conocimiento de la enfermedad y sus posibles tratamientos, así como una participación activa de la familia en el cuidado y atención son esenciales, lo que resulta de gran ayuda en la recuperación de los pacientes, previniendo recaídas. Hay una relación directa entre recaídas y poco acompañamiento o soporte familiar. Para ello también deberían recibir apoyo por parte de los profesionales y los servicios de salud mental.
Las amistades, las redes sociales de apoyo también tienen su importancia en la desestigmatización, en el sentimiento de pertenencia al grupo, actuando como un efecto amortiguador de apoyo en la recuperación y la integración en la comunidad. En zonas más desprotegidas o despobladas, las Asociaciones de Familiares acaban ejerciendo el rol de soporte en ausencia de familia.
¿Cómo puede una persona detectar si alguien de su entorno padece una enfermedad mental?
Sin lugar a duda el conocer a la persona ayuda a poder saber si le está pasando algo. Las enfermedades mentales producen unos síntomas que pueden ser observados por la persona y las personas de su entorno.
Estas molestias pueden ser físicas (problemas de sueño, dolores de cabeza, sensación de agotamiento otros dolores…), afectivas (ansiedad, nerviosismo, tristeza, irritabilidad, miedos…), cognitivas (sensación de bloqueo, pérdida de memoria, dificultades de concentración y falta de atención, sentimientos de impotencia…), conductuales (incapacidad para hacer las tareas del hogar o actividades de la vida diaria que antes realizaba sin problemas, alteración del comportamiento como agresividad, abuso de sustancias). En algunos casos pueden aparecer alteraciones de la percepción (como ver o escuchar cosas que no están presentes o que los demás no oímos). Claro está que pueden variar de una enfermedad a otra.
Aspectos fundamentales a tener en cuenta a la hora de considerar consultar con un profesional de la Psiquiatría es si estos síntomas persisten, o si provocan sufrimiento y angustia importante para la persona o si interfieren negativamente en su vida diaria.
¿Y cómo sé si la padezco yo, por ejemplo, y no es algo pasajero?
Casi todos nosotros sufriremos un problema de salud mental en algún momento de nuestra vida. En la mayoría de los casos, esta alteración mental es pasajera y no recibirá un tratamiento especializado, a pesar de que el problema probablemente repercuta en la satisfacción de su vida, en sus relaciones personales y sociales y en el trabajo y/o estudio.
Podemos padecer una enfermedad mental cuando los cambios en el pensamiento, en los sentimientos o comportamiento causan angustia o repercuten negativamente en nuestra vida diaria. Una enfermedad mental puede afectar nuestra capacidad de mantener el rendimiento en el trabajo o en los estudios, mantener relaciones personales o familiares, disfrutar con actividades de ocio o placenteras. Si experimentamos estos cambios por más de 2 semanas es probable que podamos padecer alguna enfermedad mental.
En general, podemos necesitar ayuda profesional si tenemos cambios en la alimentación u horarios de sueño, pensamientos inusuales, ansiedad, tristeza intensa, ataques de llanto, falta de motivación, abuso de sustancias (ansiolíticos, alcohol, drogas), sentimientos de desesperanza, incapacidad de concentración, cambios extremos de humor, irascibilidad, cambios repentinos en tu personalidad, hostilidad o comportamiento violento, imposibilidad de disfrutar de actividades que antes eran placenteras, pensamientos o ideas verbalizadas de suicidio o muerte, también el pensar hacer daño a otra persona.
Si te preocupa tu salud mental no dudes en pedir ayuda. Tanto si una persona cercana puede estar pasando por un momento complicado y necesita ayuda o nosotros mismos, lo mejor es acudir cuanto antes a un experto para que nos ayude y saque de dudas. Y, así, comenzar a dar solución al posible problema.