Cada vez es más frecuente tanto la prescripción de fármacos como la toma de medicamentos por parte de la mujer embarazada, pero, ¿hasta qué punto es esto bueno?
La cierto es que durante la gestación es de suma importancia la dosificación de fármacos, principalmente por los cambios fisiológicos que se producen durante el embarazo, ya que puede verse alterada la farmacocinética (absorción, distribución, metabolización y excreción) de estos.
En este sentido, se pueden mantener fármacos en las dosis más bajas y en el menor tiempo posible, sin perder su beneficio durante el embarazo, como ocurre con los fármacos antiepilépticos.
Sin embargo, se deben restringir los fármacos durante el primer trimestre de la gestación, pues es el periodo de organogénesis, fase donde los factores teratogénicos de los fármacos pueden actuar produciendo malformaciones estructurales.
Por eso, a la hora de prescribir un fármaco, es preciso asesorarse bien sobre los riesgos teratogénicos. Está establecido que los fármacos seguros para el uso en embarazadas pertenecen a las categorías A o B de la clasificación, según el efecto teratogénico que pueden causas.
Los fármacos clasificados en la categoría D muestran la existencia de efectos adversos en diversos estudios y, pese a ello, pueden ser empleados solo si el beneficio para la mujer embazada justifica el riesgo potencial para el feto.
En cambio, los fármacos clasificados en la categoría X están contraindicados, ya que existen suficientes evidencias del riesgo para el feto.
No obstante, lo cierto es que se necesitan más estudios para que el empleo de los medicamentos durante el embarazo fuese más beneficioso. Lo cierto es que, debido a cuestiones éticas y a la limitación legal en la investigación en humanos, existen pocos estudios y datos referentes al uso de fármacos durante el embarazo.