Nuestro cuerpo suele ser un gran desconocido, casi tanto como nuestra mente. Solemos maltratarlo, decirle lo que no nos gusta de él, las cosas que cambiaríamos, pensando que nuestro cuerpo es un reflejo de nuestra esencia, de quienes somos en realidad.
Para los budistas, nuestro cuerpo es el templo donde anida nuestra alma y debemos cuidarlo y quererlo para que esta desee vivir en él. Esta concepción del cuerpo trasciende el aspecto meramente físico y estético para introducirnos en una profunda espiritualidad que nos ayuda a comprender que el cuerpo físico con el que nos identificamos, en realidad contiene en su interior nuestra esencia inmortal.
En tiempos de tristeza, en tiempos de miedo, en tiempos de soledad, nuestro cuerpo es el cobijo ideal. Nos conecta con la respiración, nos conecta con nuestras emociones, nos conecta con el niño o niña que fuimos y que sigue habitando en nosotros. El cuerpo es nuestro mayor apoyo y también un compañero de por vida que refleja lo que ocurre en nuestro mundo emocional, del que solemos estar desconectados. Por ello, si deseas ahondar en tus emociones, si deseas conocer tu mente, acude a tu cuerpo, en él se esconden.
Durante mucho tiempo estuve desconectada de mi cuerpo, lo rechazaba porque no le comprendía, no le escuchaba, estaba sorda ante lo que me decía, creía que vivir como si mi cuerpo no existiera, me haría más feliz, me haría una persona diferente. Estaba muy equivocada, pues en esa sordera que me obligué a tener respecto a mi propio cuerpo, no podía conocerme. La práctica de yoga me conectó con mi cuerpo y comencé a ver facetas de él que no valoraba, como su fuerza, su vulnerabilidad expresada en ciertas zonas, comprendí que mi cuerpo es el refugio al que acudir, no el lugar del que huir. También descubrí otra cosa importante, que solo puedo trascender mi cuerpo cuando me conecto con él, cuando lo siento, cuando le escucho, me comunico con él y con las emociones que se enredan en mi espalda o en mi estómago, incluso en mi corazón. Durante mucho tiempo pensé que debía huir de mi cuerpo físico para encontrar mi naturaleza espiritual, pero la realidad ha sido la contraria, hasta que no he contactado con él, con su naturaleza sabia y amorosa, no he podido vislumbrar mi alma, mi esencia infinita.
Quiero que tú también contactes profundamente con tu cuerpo, quiero que aprendas a descubrir tu alma en él, por eso hoy traigo hasta ti algunas prácticas que puedes realizar para conectar más profundamente con tu cuerpo y por ende, con tu alma. Estas prácticas también te ayudarán a sobrellevar mejor la situación excepcional que la humanidad al completo estamos viviendo.
Respira… La respiración es el hilo que nos une a la vida y al presente. Thich Nhat Hanh dice que incluso nos conecta a nuestra conciencia. La respiración, junto con el latido del corazón, son puentes entre nuestro mundo físico y espiritual, son energías que nacen de nosotros y a las que podemos acudir para renovarnos, para relajarnos, para transformarnos. Observa tu respiración en este instante, mientras lees mis palabras… ¿es rápida, es profunda, retienes el aire antes de cada inspiración, lo retienes después de cada espiración? Familiarízate con ella, compréndela.
En los momentos en que la ansiedad o el nerviosismo vengan a ti, cuando la tristeza y el miedo secuestren tu cuerpo y mente, tan solo cierra los ojos y observa cómo respiras, déjate llevar, mecer por ese movimiento rítmico, eterno… Siente la paz que experimentas al tomar aire y la profunda relajación que habita en ti cuando exhalas… Déjate llevar por este ritmo sereno, el reflejo de tu alma.
Observa tu cuerpo… Damos por echo nuestro cuerpo, por eso no lo valoramos, por eso no lo escuchamos. Este es el mejor momento para comenzar a observar nuestro cuerpo físico, el que nos permite vivir esta experiencia humana, el que nos ayuda a crecer y evolucionar. En este instante, observa tu cuerpo… haz un repaso por sus partes, comenzando por la cabeza, el cuero cabelludo, los ojos, orejas, nariz y boca… no pienses, solo siente cada parte… Continúa por tu cuello, tus hombros, brazos y manos… Observa tu pecho, tu abdomen y la espalda en toda su extensión, siente tus glúteos y piernas, los muslos, rodillas, pantorrillas y pies… siente tu cuerpo en toda su extensión, envíale amor, envíale gratitud, dile lo mucho que le aprecias.
Habla con el dolor… El dolor y las molestias, son susurros de tu mente que se han materializado en el cuerpo. En ocasiones el dolor es tan intenso que te impide desconectar, que te hace imposible ir un poco más allá. En realidad el dolor y las molestias pueden convertirse en el centro de la observación del resto de tu cuerpo, sin huir de ellos, integrándolos como una experiencia más que vives, sintiendo las diferentes partes de tu cuerpo, diferenciando las que te molestan de las que no. Agradece al dolor su presencia, pues te ayuda a conectarte contigo mismo.
Nuestro cuerpo está vivo, nos escucha constantemente, por eso te recomiendo que hables con él, especialmente con aquellas partes que te molestan. Cierra tus ojos y centra toda tu atención en la molestia, en el dolor… no huyas de él, reconoce su presencia y pregúntale por qué te acompaña, qué te quiere decir… dale un tiempo para que responda, su respuesta te puede llegar como una emoción, un pensamiento o una imagen… fluye con él… déjate sorprender. Puedes preguntarle todo lo que quieras, busca las respuestas que nadie te puede dar, que solo tú sabes. Cuando decidas que es suficiente, despídete de esa zona del cuerpo y agradece la sabiduría que ha compartido contigo, hazle saber que tu amor también va dirigido a él.
Recuerda que tu cuerpo es un templo, cuídalo, ámalo, siéntelo.