Cada año, entre 5 y un 20% de la población de EEUU se infecta con el virus de la gripe. De media, alrededor de 200.00 personas necesitan ser hospitalizadas, siendo los mayores de 65 años los que tienen mayor probabilidad de contagiarse debido a que su sistema inmunológico se debilita más con el envejecimiento.
Los síntomas de la gripe incluyen fiebre, tos, dolores de garganta, musculares, cefalea y fatiga. La gripe provoca una infección en el tracto respiratorio, de forma que el virus se inhala o se transmite habitualmente por los dedos, mucosas de los dedos, nariz o los ojos. Una vez ya instaurado en el tracto respiratorio, se une a las células epiteliales que recubren las vías respiratorias del pulmón. Una vez que se encuentra dentro de las células, el virus “secuestra” el sistema de producción de proteínas para generar sus propias proteínas víricas y crear más partículas infectadas.
La mayoría de los síntomas de la gripe son causados por la respuesta inmunitaria al virus. Esta respuesta involucra a células del sistema inmunitario, como son los macrófagos y los neutrófilos, que contienen receptores que son capaces de percibir la presencia del virus. Cuando lo hacen, emiten una señal produciendo pequeñas moléculas similares a las hormonas, denominadas citosinas y quimiocinas, que alertan al cuerpo de que existe una infección.
Las citosinas luchan contra el virus mientras que las quimiocinas dirigen estos componentes al lugar en el que está localiza la infección. Los linfocitos T, son un tipo de glóbulo blanco que combate la infección. Cuando estos componentes identifican las proteínas del virus de la gripe, comienzan a proliferar en los ganglios linfáticos que rodean a los pulmones y habitan la garganta, lo que produce hinchazón y dolor en los ganglios.
Una vez pasado unos días, las células T se desplazan a los pulmones y matan a las células infectadas por el virus de la gripe, lo que provoca un daño pulmonar considerable que podría empeorar una hipotética enfermedad en el órgano y dificultar la respiración. Además, como resultado de la respuesta inmunitaria a la infección se produce una molesta tos como reflejo para intentar despejar las vías aéreas.
El correcto funcionamiento de las células T que luchan contra la gripe es fundamente para eliminar por completo del virus en los pulmones. Cuando la efectividad de estas células decae, que es lo que ocurre con el envejecimiento o con tratamientos con fármacos inmunosupresores, la recuperación vírica se ve retrasada, lo que se traduce en una infección prolongada y un mayor daño pulmonar.
Por último, puede allanar el camino para la aparición de complicaciones como la neumonía bacteriana secundaria, que a menudo puede llegar a ser un proceso mortal.